El cielo es mi único límite♥.

Gracias por haber entrado
Espero que te guste todo lo que leas en este blog, porque es mi pequeño espacio. Iré publicando todas las novelas que escriba o adapte, y también iré creando posts parecidos a los de Tumblr.
{Belieber&Directioner} Si eres un hater, puedes volver por donde has venido, no creo que aquí haya nada que te interese.

miércoles, 4 de enero de 2012

Química Perfecta {17} «Adaptada»

~ ____ ~
Llego al aparcamiento de la biblioteca echando humo, y me detengo frente a los árboles situados al fondo. Lo último que me preocupa ahora es el proyecto de química.
Justin está esperándome, apoyado contra su moto. Saco las llaves del contacto y me acerco a él hecha una furia.
— ¿Cómo te atreves a darme órdenes? — le grito. Me siento completamente rodeada de personas que intentan controlarme. Mi madre… Colin. Y ahora Justin. Ya es suficiente. — Si crees que puedes amenazarme para…
Sin decir una palabra, Justin me quita las llaves de las manos y se acomoda en el asiento del conductor de mi Beemer.
— Justin, ¿qué crees que estás haciendo?
— Sube.
Enciende el motor. Va a largarse de aquí y a dejarme plantada en el aparcamiento de la biblioteca.
Aprieto los puños y me desplomo en el asiento del pasajero. Una vez dentro, Justin hace rugir el motor.
— ¿Dónde está mi foto con Colin? — le pregunto, mirando el salpicadero. Estaba ahí hace un minuto.
— No te preocupes, te la devolveré. Ahora no estoy de humor para tener a ese estúpido delante mientras conduzco.
— ¿Sabes por lo menos conducir un coche de marchas? — le pregunto con tono cortante.
Sin parpadear ni bajar la vista ni un segundo, mete la primera y el coche sale del aparcamiento con un chirrido de ruedas. Mi Beemer sigue sus indicaciones como si estuviera totalmente sincronizado con él.
— Esto puede considerarse un robo, ¿sabes? — Al ver que no obtengo respuesta, añado — Y un secuestro.
Nos detenemos en un semáforo. Miro los coches que nos rodean y doy gracias por tener un coche alto, para que así nadie pueda vernos.
— Has subido voluntariamente. — dice Justin, sin mirarme. Pero a pesar de eso puedo observar una pequeña sonrisa en sus labios.
— Es mi coche. ¿Y si nos ve alguien?
Sé que mis palabras lo han sacado de quicio, porque cuando el semáforo se pone en verde los neumáticos chirrían con fuerza. Va a romperme el motor a propósito.
— ¡Para! — le ordeno. — ¡Justin, llévame a la biblioteca!
Pero no me hace caso. Guarda silencio mientras nos deslizamos a través de barrios desconocidos y carreteras desiertas, tal y como hacen los protagonistas de las películas cuando van al encuentro de peligroso traficantes de drogas.
Genial. Voy a presenciar mi primer trapicheo. Si me detienen, ¿vendrán mi padres a pagar la fianza? Me pregunto cómo le explicaría mi madre algo así a una de sus amigas.
Tal vez me envíe a un campamento militar para delincuentes. Apuesto a que así se cumplirían todos sus deseos: mandar a Shelley a una residencia y a mí a un campamento militar.
Mi vida sería una mierda, más de lo que ya es.
No pienso meterme en ningún rollo ilegal. Soy yo quien decide mi destino, no Justin. Me agarro a la manija de la puerta.
— Déjame salir de aquí o te juro que salto.
— Llevas puesto el cinturón de seguridad. — me dice, haciendo una mueca. — Relájate, llegaremos en dos minutos.
Reduce una marcha y aminora la velocidad al entrar en una especie de aeropuerto abandonado y desierto.
— Vale, hemos llegado. — dice mientras levanta el freno de mano.
— Sí, muy bien. ¿Y dónde estamos? Odio tener que decírtelo, pero el último lugar habitable que hemos pasado está a unos cinco kilómetros. No voy a salir del coche, Justin. Puedes ir a hacer tus trapicheos tú solo.
— Si me quedaba alguna duda de que fueras rubia natural, acabas de resolvérmela. — me dice. — Como si fuera a llevarte a ver a un camello… Sal del coche.
— Dame una buena razón por la que debería hacerlo.
— Porque si no lo haces, voy a sacarte a rastras. Confía en mí, cariño.
Se guarda las llaves en el bolsillo trasero de los pantalones y sale del coche. Al comprender que no tengo muchas opciones, le sigo.
— Escucha, si querías hablar de nuestro proyecto sobre los calentadores de manos, podríamos haberlo hecho por teléfono.
Nos encontramos en la parte posterior del coche. De pie, uno frente al otro, en mitad de ninguna parte.
Hay algo que ha estado corroyéndome todo el día. Ya que no tengo más remedio que estar aquí con el, aprovecho para preguntarle.
— ¿Nos besamos anoche?
— Sí.
— Pues parece que no fue tanto como decías que sería, porque no recuerdo nada.
Justin estalló en carcajadas.
— Era broa. No nos besamos. — dice, acercándose a mí. — Cuando lo hagamos, lo recordarás toda la vida.
Oh, no… ojala sus palabras no me provocaran este temblor en las rodillas. Sé que debería estar asustada, sola con un pandillero en medio de un lugar desierto, y hablando de besos. Sin embargo, no tengo miedo. En lo más profundo de mi ser sé que Justin no sería capaz de hacerme daño, ni de obligarme a hacer nada que yo no quiera.
— ¿Por qué me has secuestrado? — le pregunto.
Me coge de la mano y me lleva al asiento del conductor.
— Sube.
— ¿Para qué?
— Voy a enseñarte a conducir como es debido, antes de que destroces el motor de tanto maltratarlo.
— Pensaba que estabas enfadado conmigo… ¿por qué me ayudas?
— Porque quiero.
Hace mucho tiempo que nadie se preocupa lo suficiente por mí como para hacer algo desinteresadamente. Aunque…
— No lo estarás haciendo para que te devuelva otro tipo de favores, ¿verdad?
Justin sonríe abiertamente.
— Nena, ¿de verdad me crees capaz de hacer algo así? Por supuesto que no voy a pedirte nada de eso.
— ¿De veras?
— De veras.
— ¿Y no estás enfadado conmigo por nada de lo que he hecho o he dicho?
— Me siento frustrado. Contigo, con mi hermano… con un montón de cosas.
— Entonces, ¿por qué me has traído aquí?
— No preguntes si no estás preparada para escuchar la respuesta, ¿vale?
— Vale. — Contesto antes de acomodarme en el asiento del conductor, y esperar a que se siente a mi lado.
— ¿Estás preparada? — pregunta en cuanto se instala y se abrocha el cinturón del asiento del copiloto.
— Sí.
Se inclina e introduce las llaves en el contacto, acercándose a mí. Bajo el freno de mano, enciendo el motor y se cala el coche.
— No lo has puesto en punto muerto. Si no pisas bien el embrague cuando metas una marcha, el coche se te calará.
— Ya lo sé. — digo sintiéndome completamente estúpida. — Es que me estás poniendo nerviosa.
Justin lo pone en punto muerto.
— Pisa el embrague con el pie izquierdo, coloca el derecho sobre el freno y mete la primera. — me ordena.
Aprieto el acelerador y, cuando suelto el embrague, el coche empieza a avanzar a trompicones.
Justin apoya la mano en el salpicadero para sujetarse.
— Frena.
Detengo el coche y pongo el punto muerto.
— Tienes que encontrar el punto de fricción.
— ¿El punto de qué? — pregunto mirándole.
— Sí, ya sabes.. Cuando el embrague encaja — dice y mientras habla, utiliza las manso como si fueran dos pedales. — Lo sueltas demasiado rápido. Consigue el equilibrio y quédate ahí… siéntelo. Inténtalo de nuevo.
Vuelvo a meter la primera y suelto el embrague mientras piso con suavidad el acelerador.
— Mantenlo… — dice suavemente.
Suelto el embrague un poco más y piso el acelerador, pero no del todo.
— Creo que lo tengo.
— Ahora suelta el embrague y no presiones el acelerador hasta el fondo.
Lo intento, pero el coche avanza a trompicones y se vuelve a calar.
— Has soltado el embrague demasiado rápido. Debes hacerlo más despacio. Inténtalo de nuevo. — ruega. No está enfadado, ni frustrado, ni a punto de darse por vencido. — Tienes que pisar más el acelerador. No lo machaques, sólo dale un poco de juego para que empiece a moverse.
Sigo las indicaciones de Justin, y esta vez el coche avanza con suavidad. Estamos en la pista de aterrizaje, y no avanzamos a más de quince kilómetros por hora.
— Pisa el embrague. — me ordena, y entonces pone la mano sobre la mía, y me ayuda a meter la segunda. Intento no pensar en la suave caricia y en el calo que desprende su mano.
Aquello no va mucho con su personalidad. Intento concentrarme de nuevo en la carretera.
Justin es muy paciente, y me da instrucciones detalladas acerca de cómo cambar a un engranaje menos hasta detenernos al final de la pista de aterrizaje. Sus dedos siguen rodeándome la mano.
— ¿Fin de la lección? — pregunto.
Justin se aclara la garganta antes de responder.
— Sí.
Aparta la mano de la mía, y acto seguido, se pasa los dedos por su claro cabello, haciendo que algunos mechones le caigan sobre la frente.
— Gracias. — le digo.
— Sí, bueno, así no me sangrarán los oídos cada vez que enciendes el motor en el aparcamiento del instituto. No lo he hecho para quedar como un buen chico.
Ladeo la cabeza e intento hacer que me mire, pero no lo consigo.
— ¿Por qué es tan importante que los demás te vean como a un mal chico? Dime.

No hay comentarios:

Publicar un comentario