El cielo es mi único límite♥.

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Espero que te guste todo lo que leas en este blog, porque es mi pequeño espacio. Iré publicando todas las novelas que escriba o adapte, y también iré creando posts parecidos a los de Tumblr.
{Belieber&Directioner} Si eres un hater, puedes volver por donde has venido, no creo que aquí haya nada que te interese.

miércoles, 4 de enero de 2012

Química Perfecta {8} «Adaptada»

~ Justin ~
Empujo al chico contra un Camaro lujoso y brillante, un cochazo que probablemente cueste más de lo que mi madre gana en un año.
— Este es el trato, Blake — le digo — O me pagas ahora o te rompo algo. Y no me refiero a tu maldito coche… sino algo que lleves permanentemente adherido al cuerpo. ¿Lo captas?
Blake, más delgado que un poste de teléfono y pálido como un fantasma, me mira como si acabara de pronunciar su sentencia de muerte. Debería habérselo pensado mejor antes de coger toda la cocaína y largarse sin pagarla.
Como si Héctor fuera a permitir que sucediera sin más. Como si yo fuera a permitirlo.
Cuando Héctor me envía a recaudar deudas, obedezco. Puede que no me guste hacerlo, pero lo hago. Él sabe que no me involucraré en el tráfico de drogas, ni destrozaré la casa de nadie, ni me mezclaré en asuntos de robos. Sin embargo, se me da bien recaudar… sobre todo, deudas. A veces me mandan a buscar directamente a personas, aunque esos son asuntos complicados sobre todo porque sé lo que les pasará en cuanto les arrastre hasta el almacén donde tienen que dar la cara frente a Chuy. Nade quiere enfrentarse a Chuy. Es mucho peor que enfrentarse a mí.
Blake debería sentirse afortunado de que haya sido yo la persona asignada para venir a buscarlo.
Intento no darle muchas vueltas al trabajo sucio que hago para los American Blood. Lo cierto es que se me da bien. Mi trabajo es asustar a la gente para que nos pague lo que nos debe. Técnicamente, mis manos están limpias de drogas. Bueno, el dinero que viene de las drogas cae en mis manos con bastante frecuencia, pero lo único que hago es dárselo a Héctor. No lo gasto, sólo lo recaudo.
Esto hace que sólo sea un peón, lo sé. Siempre y cuando mi familia esté a salvo, no me importa. Además, soy un buen luchador. La gente no tiene ni idea de la cantidad de personas que se echan a llorar ante la amenaza de romperle los huesos. Blake no es diferente de otros tíos a los que he amenazado, lo sé por el modo en que finge despreocupación, pese a que sus larguiruchas manos no dejan de temblarle sin control.
Y dicho esto, cualquiera puede pensar que yo sería capaz de intimidar a Peterson para que me cambiara de compañera, pero se equivocan. A esa mujer no hay quien la asuste, ni con una granada en las manos.
— No tengo el dinero. — Espeta Blake
— Esa respuesta no te va a servir de mucho, tío. — interviene Ryan, que hasta ahora se ha quedado al margen. Acompañarme le divierte mucho. Cree que somos una especie de poli bueno y poli malo. Excepto que en realidad no somos una pareja de policías, sino de pandilleros, y uno de nosotros es malo y el otro aún peor.
— ¿Qué miembro quieres que te rompa primero? — pregunto. — Seré amable y te dejaré elegir.
— Venga, Justin. Sacúdele ya y acabemos con esto de una vez. — Dice Ryan, aburrido.
— ¡No! — grita Blake. — Lo conseguiré, os lo juro. Mañana.
Lo empujo otra vez contra el coche y presiono el antebrazo contra su garganta, lo suficiente para asustarle.
— ¿Y qué, voy a fiarme de ti así, por las buenas? ¿Crees que somos idiotas? Necesito una garantía. — Blake no responde. Miro el coche.
— ¡No! El coche no, por favor, Justin… — Saco mi arma. No voy a dispararle. No importa lo que soy ni en lo que me he convertido, jamás mataría ni dispararía a nadie. Sin embargo, eso Blake no lo sabe. Cuando ve la pistola, saca las llaves del coche. — Dios mío, no, por favor — Le quito las llaves de la mano.
— Mañana, Blake. A las siete en punto detrás de las viejas vías, en el cruce de Fourth con Vine. Ahora, lárgate de aquí. — Le digo, agitando el arma en el aire para que salga corriendo.
— Siempre he querido tener un coche como este. — Dice Ryan después de que Blake se haya ido.
— Es tuyo… hasta mañana. — digo, lanzándole las llaves.
— ¿De verdad crees que conseguirá cuatro mil dólares en un solo día?
— Sí, — digo con total seguridad. — Porque este coche vale mucho más de cuatro mil dólares.
Cuando volvemos al almacén, pongo a Héctor al día. No le hace mucha gracia que no le hayamos traído el dinero, pero sabe que Blake conseguirá el dinero. Yo siempre cumplo con mi trabajo.
Por la noche, estoy en mi habitación y no puedo conciliar el sueño, porque mi hermano Louis no deja de roncar. Por cierto, duerme tan profundamente que no parece tener inquietudes en la vida. Yo sí las tengo. No me importa amenazar a camellos de pacotilla como a Blake, aunque preferiría estar luchando por cosas que realmente merecen la pena.
~*~
Una semana más tarde, estoy sentado en el césped del patio del instituto, almorzando junto a un árbol. La mayoría de los estudiantes de Fairfield comen fuera hasta finales de octubre, cuando el invierno de Illinois les obliga a refugiarse en la cafetería a la hora de la comida. Pero aún podemos disfrutar de cada minuto de sol y de aire refrescante, lo que nos permite pasar un rato agradable en el exterior.
Mi amigo Lucky, con su camiseta roja demasiado ancha y sus vaqueros negros, me da una palmada en la espalda mientras aparca el trasero a mi lado, con una bandeja de la cafetería en la mano.
— ¿Listo para la siguiente clase, Justin? Me apuesto lo que quieras a que _____ Ellis huye de ti como de la peste. Me troncho cada vez que la veo mover su taburete para alejarse todo lo que puede de ti.
— Lucky — le interrumpo y me señalo a mí mismo. — Es una niñita, y no va a sacar nada de este hombre.
— Corre a decirle eso a su madre — dice riendo. — O a Colin Adams.
Me recuesto sobre el tronco del árbol y me cruzo de brazos.
— El año pasado coincidí con Adams en educación física. Y créeme, no tiene nada de lo que pueda alardear.
— Todavía estás cabreado con él, porque el año siguiente de que le ganaras en la carrera de relevos frente a todo el instituto te destrozó la taquilla, ¿verdad?
Vale, sí, todavía estoy cabreado. Aquel incidente me costó bastante dnero porque tuve que comprarme libros nuevos.
— Eso es agua pasada. — le digo a Lucky, manteniendo la fría apariencia de siempre.
— Pues tu amiguito está sentado justo allí, con la tía buena de su novia.
Me basta una sola mirada a la señorita Perfecta para que se dispare todo mi sistema de alarma. Cree que soy un drogadicto. Todos los días tengo que superar el temor de lidiar con ella en clase de química.
— Esa chica tiene la cabeza llena de pájaros, hermano. — Añado. — Tal vez me desee y no conozca otra manera de llamar mi atención.
Lucky ríe con tanta fuerza que todos los que están a pocos metros de nosotros nos miran.
— Ni hablar, _____ Ellis no se acercaría a menos de sesenta metros de ti por voluntad propia, así que ni hablemos de salir contigo, amigo. — dice. — ¿Te acuerdas de la bufanda que llevaba la semana pasada? Pues puede que esa prenda cueste tanto como todo lo que hay en tu casa.
La bufanda. Como si los pantalones y la camiseta de diseño que lleva no fueran lo suficientemente modernos, se pone esa bufanda… puede que para alardear de lo rica e intocable que es. Seguro que es toda una profesional eligiendo el tono exacto para que encaje con sus ojos de color zafiro.
— Joder, te apuesto mi RX-7 a que no eres capaz de conseguir sus bragas antes de las vacaciones de Acción de Gracias. — me desafía Lucky, interrumpiendo mis pensamientos.
— ¿Quién querría hacer algo así? — Contesto. Puede que también sean de diseño, y lleven sus iniciales bordadas en la parte delantera.
— Todos los chicos de este maldito instituto.
‘No hacía falta recalcar lo que ya es evidente’ pienso.
— Es una niñita pija.
No salgo con nenas ricas, ni nenas malcriadas, ni tampoco con niñitas cuya idea del trabajo duro es pintarse sus largas uñas de un color diferente cada día, para que peguen con el conjunto que llevan puesto.
Saco un cigarrillo del bolsillo y lo enciendo, haciendo caso omiso de la política del centro, que prohíbe fumar en el recinto del instituto.
— ¿Y qué pasa si es rica? Vamos Justin, no seas idiota. Mírala.
Echo un vistazo. Tengo que admitir que está realmente buena. Tiene el pelo largo y brillante, una nariz aristocrática, los brazos ligeramente bronceados y algo musculazos en los bíceps. Me pregunto si hará ejercicio… También unos labios carnosos que cuando sonríen te hacen pensar que la paz mundial sería posible si todo el mundo sonriera como ella.
Aparto esas ideas de mi mente. ¿Y qué pasa si está buena? Es una niñata de primera.
— Demasiado flaca. — espeto.
— Te gusta. — dice Lucky, recostándose sobre la hierba. — Pero sabes que, como el resto de chicos de la zona sur, nunca podrás tenerla.
Hay algo en mi interior que se enciende. Llamémoslo mecanismo de defensa. Llamémoslo prepotencia. Antes de que pueda desconectarlo, comienzo a hablar.
— En dos meses habré catado a esa chica. Si de verdad quieres apostar tu RX-7, acepto.
— Estás pirado, tío. — dice Lucky, y al ver que no contesto, añade frunciendo el ceño. — ¿Hablas en serio, Justin?
El tío va a echarse atrás, quiere más a su coche que a su madre.
— Claro.
— Si pierdes, me quedo con Julia. — dice Lucky, y su expresión ceñuda se transforma en una sonrisa malvada.
Julia es mi posesión más preciada: Una vieja Honda Nightawk 750. La rescaté del depósito y la convertí en una moto de líneas depuradas. Hacerlo me llevó un montón de tiempo. Es la única cosa en mi vida que, en lugar de echar a perder, he mejorado.
Lucky no va a rajarse. Ahora me toca a mí rechazar o aceptar el reto. El problema es que nunca me he echado atrás… ni una sola vez en toda mi vida.
Estoy seguro de que la niña pija más popular del instituto va a aprender un montón de cosas saliendo conmigo. La señorita Perfecta ha declarado que nunca saldría con el miembro de una banda, pero apuesto a que ningún American Blood ha intentado colarse alguna vez en esos pantalones de diseño.
Apuesto que todo lo que necesito para ligarme a _____ es un poco de coqueteo. Ya sabéis, un juego de palabras. Puedo matar dos pájaros de un tiro: devolvérsela a Cara Burro quitándole a su chica, y devolvérsela a _____ Ellis por haberse chivado de mí al director, y por dejarme en ridículo delante de sus amigas. Puede ser divertido.
Me imagino a todo el instituto siendo testigo de la inmaculada niña pija babeando por el pandillero al que ha declarado odio eterno. Imagino su trasero apretado cayendo al suelo cuando haya acabado con ella.
Le tiendo la mano a Lucky.
— Trato hecho.
— Tendrás que demostrarlo con pruebas. — Le doy otra calada al cigarrillo.
— Lucky, ¿qué diablos quieres que haga?
— Hazle una foto — sugiere Peter, que acaba de llegar junto a nosotros. — O un vídeo. Apuesto a que podemos sacar una pasta con eso. Podemos titularlo ‘’_____ se va de paseo al sur de la frontera’’.
Son este tipo de conversaciones estúpidas las que nos dan una mala reputación. No es que los niños ricos no hablen de estupideces, estoy seguro de que sí. Sin embargo, cuando mis amigos empiezan, no conocen el límite. Si digo la verdad, creo que mis colegas se lo pasan genial cuando se ríen de alguien. Aunque si es de mí, ya no me hace tanta gracia.
— ¿De qué habláis? — pregunta Ryan, que se une a nosotros con un plato de comida de la cafetería.
— He apostado mi coche con Justin a que no consigue acostarse con _____ Ellis antes de Acción de Gracias. Y él ha apostado su Julia a que sí.
— ¿Estás loco, Justin? — dice Ryan. — Hacer una apuesta como esa es un suicidio.
No es ningún suicidio. Una estupidez, puede, pero no un suicidio. Si conseguí salir con la belleza de Alice Tomlison, puedo salir con la galleta de vainilla de _____ Ellis.
— ______ Ellis está fuera de nuestro alcance, hermano. Puede que seas un chico mono, pero eres cien por cien canadiense y pandillero, y ella es más californiana que las playas que hay aquí. Ya sabes lo que opinan ellos de los canadienses como nosotros.
Pero me da igual todo eso. Ahora que el juego ha empezado, voy a centrarme en el premio. Es hora de empezar el coqueteo, aunque con ella no me funcionará ningún tipo de piropo facilón. De todos modos, creo que ese tipo de comentarios ya se los dice su novio, y algún otro imbécil que intenta llevársela a la cama.
Ryan sigue hablando, y mientras tanto zarandea un taco de carne ofensivamente, provocándome. Debería tener más cabeza…
— Si algo de eso me cae encima…
— ¿Qué vas a hacer? ¿Pegarme? — canturrea Ryan con sarcasmo, todavía agitando el taco. Quizás debería darle un puñetazo en la cara, dejarlo inconsciente para no tener que aguantarlo más.
Mientras barajo la idea noto que algo me gotea en los pantalones. Bajo la mirada sabiendo lo que voy a encontrarme. Sí, un pedazo de carne de taco, húmeda y pegajosa, me ha dejado una mancha enorme justo encima de la bragueta de los vaqueros.
— Tienes diez minutos para conseguirme unos pantalones nuevos.
— ¿Y cómo esperas que haga eso?
— Improvisa algo.
— Coge los míos. — sugiere Ryan, que se levanta y se lleva los dedos a la cinturilla de los vaqueros, desabrochándose los pantalones allí, en medio del patio.
— Tal vez no me he explicado con claridad — matizo, preguntándome como voy a aparentar ser un tipo interesante en clase de química, cuando parece que me he meado en los pantalones. — Lo que quiero decir es que me consigas unos pantalones nuevos de mi talla, imbécil. Eres tan bajo que podrías presentarte a una audición para hacer de duende de Santa Claus.
— Voy a tolerar tus insultos porque somos hermanos, ya sabes.
— Nueve minutos y treinta segundos.
Ryan decide no malgastar más tiempo y echa a correr hacia el aparcamiento del instituto. No me importa cómo consiga los malditos pantalones, sólo quiero que los encuentre antes de que empiece la siguiente clase. Tener la bragueta mojada no es el mejor modo de demostrarle a _____ que soy todo un seductor.
Espero junto al árbol mientras los otros tiran los restos de comida y se dirigen a las puertas del instituto. De repente, suena la música por los altavoces y no veo a Ryan por ningún sitio. Genial. Ahora tengo cinco minutos para llegar a la clase de Peterson. Apretando los dientes, camino hacia la clase de química con los libros estratégicamente colocados delante de la bragueta. Llego dos minutos antes. Me siento en el taburete y me acerco todo lo que puedo a la mesa de laboratorio para esconder la mancha.
_____ entra en clase, con su pelo de anuncio cayéndole sobre el pecho, terminando en unos perfectos ricitos que se mueven a medida que avanza. Una perfección que en lugar de excitarme, me hace desear levantarme y arruinársela.
Le guiño el ojo cuando me mira. Ella resopla y aleja su taburete del mío todo lo que puede.
Recuerdo la política de tolerancia cero de la señora Peterson y me quito la bandana, colocándomela directamente sobre la mancha. Después, me giro hacia la chica de los pompones que se sienta a mi lado.
— Tendrás que hablar conmigo en algún momento.
— ¿Para que tu novia tenga la excusa perfecta para apalearme? No, gracias Justin. Prefiero que mi cara se quede como está.
— No tengo novia. ¿Quieres una entrevista para el puesto? — pregunto mirándola de arriba abajo, concentrándome en las partes de las que ella se vale tanto.
Hace una mueva con el labio superior pintado de rosa, y me sonríe con desprecio.
— Ni muerta.
— Nena, no sabrías que hacer con tanta testosterona en tus manos.
‘’Eso es Justin. Tómale el pelo para atraer su atención. Morderá el anzuelo’’. Ella se aparta de mí.
— Eres asqueroso.
— ¿Y si te dijera que haríamos una pareja genial?
— Pues te diría que eres imbécil.

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