El cielo es mi único límite♥.

Gracias por haber entrado
Espero que te guste todo lo que leas en este blog, porque es mi pequeño espacio. Iré publicando todas las novelas que escriba o adapte, y también iré creando posts parecidos a los de Tumblr.
{Belieber&Directioner} Si eres un hater, puedes volver por donde has venido, no creo que aquí haya nada que te interese.

miércoles, 4 de enero de 2012

Química Perfecta {22} «Adaptada»

~ _____ ~
No es que me avergüence de la discapacidad de mi hermana, pero no quiero que Justin la juzgue, porque si se ríe de ella, no podré soportarlo. Me doy la vuelta.
— No se te da bien obedecer órdenes, ¿verdad?
Me sonríe como diciendo ‘’soy un pandillero, ¿qué esperabas?’’
— Tengo que ir a echarle un vistazo a mi hermana. ¿Te importa?
— No. Así podré conocerla. Confía en mí.
Debería sacarlo de casa a patadas. Debería, pero no lo hago. Sin decir nada más, lo llevo a nuestra oscura biblioteca revestida de madera. Shelley está sentada en su silla de ruedas, con la cabeza torpemente inclinada hacia un lado mientras ve la televisión.
Cuando se da cuenta de que tiene compañía, aparta la mirada del televisor y nos observa, primero a mí y después a Justin.
— Este es Justin. — le explico y apago la tele. — Un amigo del instituto.
Shelley mira a Justin con una sonrisa torcida y golpea su teclado especial con los nudillos.
— Hola. — dice una voz femenina y computarizada. Golpea otro botón. — Me llamo Shelley. — continúa el ordenador.
Justin se arrodilla junto a mi hermana. Ese simple gesto de respeto despierta una sensación en mí. Colin siempre ha ignorado a mi hermana, la trata como si también fuera ciega y sorda.
— ¿Qué tal? — dice Justin, cogiendo la rígida mano de Shelley y estrechándola. — Qué ordenador más guay.
— Es un mecanismo de comunicación especial. — le explico. — Le ayuda a comunicarse con los demás.
— Juego. — dice la voz del ordenador. Justin se coloca junto a Shelley. Contengo la respiración mientras observo las manos de mi hermana, asegurándome de que no están al alcance del bonito pelo de Justin.
— ¿Esto tiene juegos? — pregunta.
— Sí. — respondo por ella. — Es una fanática de las damas. Shelley, enséñale como funciona.
Mientras Shelley presiona despacio la pantalla con los nudillos, Justin lo observa todo visiblemente fascinado. Cuando aparecen las damas en la pantalla, Shelley empuja la mano de Justin.
— Tú primera. — dice él.
Ella niega con la cabeza.
— Quiere que empieces tú. — le digo. En mi rostro se ha formado una sonrisa tierna al observar la escena.
— Guay. — dice él, dándole un golpecito a la pantalla.
Les observo. Ver jugar tranquilamente a este ‘’chico duro’’ con mi hermana mayor me hace sentir muy bien.
— ¿Te importa si voy a prepararle algo de comer? — le pregunto. Necesito salir de esa habitación.
— No, adelante. — repone Justin sin apartar la vista de la pantalla.
— No tienes que dejarte ganar. — le advierto antes de marcharme. — Se le dan muy bien las damas.
— Eh, gracias por el voto de confianza, pero estoy intentando ganar. — responde Justin.
Sonríe con sinceridad. No intenta representar el papel de chico duro y arrogante. Me hace desear con más fuerza escapar de allí. Poco después, cuando entro en la biblioteca con la comida de Shelley, Justin me mira.
— Me ha destrozado…
— Ya te dije que era buena. Pero se acabaron los juegos por hoy. — le digo a Shelley. Acto seguido, me vuelvo hacia Justin. — Espero que no te importe que le dé de comer…
— Desde luego que no.
Justin toma asiento en el sillón de piel favorito de mi padre mientras yo coloco la bandeja delante de Shelley, y le doy de comer su papilla de manzana. Es un desastre, como siempre. Ladeo la cabeza y veo a Justin que está observándome, mientras le enjugo a mi hermana la comisura de los labios con una toallita.
— Shelley, tendrías que haberle dejado ganar. Ya sabes, por educación. — Mi hermana responde negando con la cabeza. La papilla le resbala por la barbilla. — De modo que así están las cosas, ¿eh? — le recrimino, esperando que la escena no asquee a Justin. Tal vez le estoy poniendo a prueba para averiguar si puede soportar un rato de mi vida en casa. Si lo hace, aprobará. — Espera a que se vaya Justin. Ya te enseñaré yo quién es la campeona de las damas.
Mi hermana me regala una de sus sonrisas dulces y ladeadas.
Es como si expresara mil palabras con ese gesto. Durante un momento, me olvido de que él me observa. Es tan extraño tenerlo aquí, dentro de mi vida, en mi casa. No pertenece a este lugar y, sin embargo, no parece importarle estar aquí.
— ¿Por qué estabas de tan mala leche en clase de química? — me pregunta.
Porque van a llevarse lejos a mi hermana, y ayer me pillaron con los pechos al aire mientras Colin tenía los pantalones bajados delante de mí.
— Estoy segura de que has oído los espantosos rumores…
— No, no he oído nada. quizás estés algo paranoica. — sonríe él.
Quizás. Shane nos vio, y tiene la lengua muy larga. Cada vez que alguien me miraba hoy, me daba la impresión de que lo sabía. Miro a Justin.
— A veces desearía poder retroceder en el tiempo.
— Sí, yo desearía poder retroceder unos cuantos años. — responde muy serio. — O hacer que los días pasaran muy deprisa.
— Por desgracia, la vida real no funciona con un mando a distancia. — me lamento. Cuando Shelley termina de comer, la siento delante de la televisión y me llevo a Justin a la cocina. — Mi vida no es tan perfecta después de todo, ¿verdad? — le pregunto mientras saco unos refrescos del frigorífico.
Justin me mira con curiosidad.
— ¿Qué? — le espeto.
— Supongo que todos tenemos problemas. A mí me persiguen más demonios de los que salen en una película de terror. — dice, encogiéndose de hombros.
¿Demonios? Nada parece perturbar a Justin. Nunca se queja de su vida.
— ¿Cuáles son tus demonios? — insisto.
— Si te cuento cuáles son mis demonios, saldrías corriendo de aquí.
— Creo que te sorprendería más saber qué me hace correr a mí, Justin.
Las campanadas del reloj de pared resuenan por toda la casa. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.
— Tengo que irme. — anuncia Justin. — Mañana podemos quedar en mi casa, después del instituto, para estudiar.
— ¿En tu casa? ¿En la zona sur?
— Puedo enseñarte un pedacito de mi vida. ¿Te atreves? — me reta.
— Claro. — aseguro, tragando saliva. Que empiece el juego.
Cuando le acompaño a la puerta, oigo que alguien está aparcando el coche en la entrada de mi casa. Si es mi madre, me la cargo. Da igual que nuestro encuentro haya sido inocente, se pondrá hecha una furia.
Miro a través de las ventanas de la puerta principal y reconozco el deportivo rojo de Darlene.
— Oh, no. Mis amigas están aquí.
— Que no cunda el pánico. — dice. — Abre la puerta. No puedes fingir que no estoy aquí. Mi moto está aparcada en la entrada.
Tiene razón. No puedo ocultar su presencia. Abro la puerta y salgo al exterior. Justin está justo detrás de mí cuando me encuentro con Darlene, Megan y Sierra en la acera.
— ¡Hola, chicas! — exclamo. Tal vez si actúo con normalidad no le darán tanta importancia al hecho de que Justin esté en mi casa. Le doy un codazo a mi compañero de laboratorio. — Estábamos hablando de nuestro proyecto de química. ¿Verdad, Justin?
— Así es.
Sierra arquea las cejas. Cuando Megan ve salir de mi casa a Justin, me da la sensación de que está a punto de sacar el móvil, sin duda para poner al corriente a la otra M.
— ¿Deberíamos irnos y dejaros a solas? — sugiere Darlene.
— No seas ridícula. — me apresuro a añadir. Justin monta en la moto. La camiseta que lleva marca su perfectamente musculada espalda, y los pantalones le marcan un perfecto…
— Nos vemos mañana. — dice, señalándome con el dedo tras ponerse el casco. Mañana. En su casa. Asiento con la cabeza.
Después de que Justin se haya ido, Sierra interviene.
— ¿De qué iba todo esto?
— Química. — murmuro.
Megan se ha quedado boquiabierta.
— ¿Estabais haciéndolo? — insiste Darlene. — Porque hace diez años que somos amigas, y creo que muy pocas veces me has invitado a entrar en tu casa.
— Es mi compañero de química.
— Es un pandillero, ____. No lo olvides nunca. — dice Darlene. Sierra niega con la cabeza.
— ¿Estas colada por otro tío que no es tu novio? Colin le ha comentado a Doug que últimamente te comportas de un modo extraño. Somos tus amigas, así que hemos venido aquí para hacerte entrar en razón.
Me siento en el primer escalón y las oigo parlotear sobre la reputación, los novios, y la lealtad, durante media hora. Tienen razón.
— Prométeme que no sucede nada entre Justin y tú. — exige Sierra cuando Megan y Darlene se marchan en coche y nos quedamos solas.
— No sucede nada entre Justin y yo. — le aseguro. — Te lo prometo.
~ * ~
— Según parece, hay algunos alumnos que no se toman muy en serio mi clase. — anuncia la señora Peterson, antes de empezar a repartir los exámenes que hicimos ayer.
Y cuando se acerca a la mesa que compartimos Justin y yo, me hundo en la silla. Lo último que necesito es que la señora Peterson me eche la bronca.
— Buen trabajo. — señala la mujer, mientras coloca mi examen bocabajo en mi mesa. Entonces, se gira hacia Justin y lo fulmina con la mirada. — Para alguien que desea ser profesor de química, no ha empezado con muy bien pie, señor Bieber. Si no viene preparado a clase, la próxima vez me lo pensaré dos veces antes de corregirle ningún examen.
Deja caer lentamente el examen de Justin frente a él. Lo sujeta entre el índice y el pulgar, como si el papel fuera demasiado asqueroso como para que el resto de los dedos lo rocen.
— Quédese después de clase. — le dice, antes de entregar el resto de los exámenes.
No puedo entender por qué la señora Peterson no me ha echado ningún sermón. Le doy la vuelta al examen y veo un sobresaliente en la parte posterior. Me froto los ojos con las manos y vuelvo a mirarlo. Debe de haber algún error. No tardo ni un segundo en reparar en el responsable de mi nota. La verdad me golpea como un martillo en el estómago. Miro a Justin, quién está guardando su suspenso dentro de un libro.
~*~
Espero a que la señora Peterson termine su conversación con Justin después de clase, para acercarme a él. Estoy esperándole en la taquilla, y él me presta muy poca atención. Intento ignorar las miradas que me atraviesan la espalda.
— ¿Por qué lo has hecho?
— No sé de qué estás hablando. — dice.
— Cambiaste los exámenes.
— No es para tanto, ¿vale? — dice, cerrando la taquilla de golpe.
Sí que lo es. Justin se aleja por el pasillo como si quisiera dejar las cosas como están. Le vi haciendo su examen con diligencia, pero cuando he reparado en el gran suspenso rojo en el papel, he comprendido que era mi propio examen.
Después de clase, salgo corriendo hacia la puerta principal para alcanzarle. Está montado en la moto, apunto de marcharse.
— ¡Justin, espera!
Estoy nerviosa. Me aparto el pelo de la cara y lo escondo tras las orejas.
— Sube. — me ordena.
— ¿Qué?
— Que subas. Si quieres darme las gracias por salvarte el pellejo, ven a casa conmigo. Lo que te dije ayer iba en serio. Tú me mostraste un pedacito de tu vida, y yo quiero mostrarte la mía. Es justo, ¿no?
Echo un vistazo al aparcamiento. La gente nos mira. Probablemente esperan el momento oportuno para hacer circular el cotilleo. Si me marcho con él, la noticia se difundirá rápidamente.
El rugido del motor me hace regresar a la realidad.
— Cariño, no tengas miedo de lo que puedan pensar.
Le echo un vistazo, desde los pitillos desgarrados y la chaqueta de cuero, hasta la bandana roja y negra que acaba de atarse a la cabeza. Debería estar aterrorizada, pero entonces recuerdo cómo se comportó ayer con Shelley.
A la mierda.
Me coloco la mochila a la espalda y monto a horcajadas sobre la moto.
— Sujétate bien. — dice, llevándome las manos a su cintura. El simple contacto de sus fuertes manos sobre las mías, resulta profundamente íntimo. Antes de apartar esa idea de mi mente, me pregunto si él también sentirá lo mismo. Justin Bieber es un tipo duro, con experiencia. Supongo que un simple roce de manos no le provocará un revoloteo en el estómago.
Antes de poner las manos en el manillar, frota las yemas de los dedos contra las mías, a propósito. ¿Dónde me estoy metiendo?
Cuando aumenta la velocidad al salir del aparcamiento, me agarro con más fuerza a sus abdominales. Me asusta la velocidad y empiezo a marearme, como si estuviera en una montaña rusa sin barra de seguridad.
La moto se detiene frente a un semáforo en rojo. Me echo hacia atrás. Le oigo reír cuando el semáforo se pone en verde, y volvemos a arrancar a toda velocidad. Me aferro a su cintura y escondo la cabeza en su espalda.
Cuando por fin nos detenemos, y después de que Justin baje el caballete de la moto, echo un vistazo a lo que me rodea. Nunca había estado en esta calle. Las casas son tan… pequeñas. La mayoría sólo tienen un piso, y ni un gato podría colarse en el espacio entre una y otra. Aunque no quiero sentirme de este modo, se me instala en el estómago una sensación de pesar.
Mi casa es por lo menos, siete u ocho veces más grande que la de Justin. Quizá nueve. Sabía que esta zona de la ciudad era pobre, pero no tanto…
— Esto ha sido un error. — dice Justin. — Te llevaré a casa.
— ¿Por qué?
— Entre otras cosas, por la cara de asco que pones.
— No me da asco. Me sabe mal que…
— No me compadezcas. — me advierte. — Soy pobre, pero no un vagabundo.
— De acuerdo. ¿No vas a invitarme a entrar? Los chicos del otro lado de la calle no dejan de mirar a la chica rica.
— De hecho, por aquí te llamarán ‘’la chica oro’’.
— No me gusta demasiado el oro. Prefiero la plata.
Justin sonríe.
— No es por eso, guapa. Son tus cabellos, dorados como el oro. Y además, eres rica. Tú sígueme y no mires a los vecinos, aunque ellos sí lo hagan.
Justin avanza con cautela mientras me acompaña al interior de su casa.
— Bueno, ya estamos aquí. — dice, una vez dentro.
Puede que el salón sea algo más pequeño que cualquiera de las habitaciones de mi casa, pero es acogedor y cálido. Hay dos mantitas de ganchillo sobre el sofá con las que me encantaría taparme en las noches gélidas. En mi casa no tenemos ese tipo de mantitas. Tenemos edredones… unos que además han sido diseñados a medida y para que peguen con el resto de la decoración.
Recorro la casa de Justin, pasando los dedos por los muebles. En una estantería con velas medio derretidas, reparo en la fotografía de un hombre muy atractivo. Siento el calor de Justin cuando se coloca a mi lado.
— ¿Tu padre? — le pregunto.
Él asiente con la cabeza.
— No puedo ni imaginar lo que debe ser perder a un padre.
Aunque el mío no esté mucho por casa, sé que es una pieza importante de mi vida. Siempre he deseado recibir algo más de cariño por parte de mis padres, aunque debería sentirme agradecida por el mero hecho de poder tenerlos a ambos a mi lado, ¿no?
— Cuando ocurre, te quedas como atontado e intentas no pensar mucho en ello. Bueno, sabes que se ha ido y todo eso, pero es como si estuvieras rodeado por una neblina. Entonces, la vida te marca una rutina y te obligas a ti mismo a seguirla. — me explica, encogiéndose de hombros. Con el tiempo, dejas de pensar tanto en ello y continúas adelante. No te queda más remedio.
— Es como una especie de prueba…
Me miro en un espejo que hay en la pared. Me paso los dedos por el pelo, distraídamente.
— Te pasas el día haciendo eso.
— ¿El qué?
— Arreglándote el pelo o retocándote el maquillaje.
— ¿Y qué hay de malo en querer tener un buen aspecto?
— Nada, a no ser que convierta en una obsesión.
Bajo las manos, deseando poder dejarlas quietecitas.
— No estoy obsesionada.
— ¿Tan importante es que la gente crea que eres guapa? — me pregunta, y vuelve a encogerse de hombros.
— No me importa lo que piense la gente. — miento.
— Eso es porque eres… guapa. Por eso no debería importarte tanto.
Ya lo sé. Sin embargo, de donde y soy, las apariencias lo son todo. Y hablando de apariencias…
— ¿Qué te ha dicho la señora Peterson después de clase?
— Ah, lo de siempre. Que si no me tomo en serio su clase, convertirá mi vida en un infierno.
Trago saliva con fuerza. No sé si debería revelarle el plan que tengo en mente.
— Voy a decirle que intercambiaste los exámenes.
— No lo hagas. — me ordena, alejándose de mí.
— ¿Por qué no?
— Porque no importa.
— Claro que importa. Necesitas buenas notas para entrar en…
— ¿Dónde? ¿En una buena universidad? ____, sabes perfectamente que no iré a la universidad. Vosotros, los niños ricos, os tomáis la nota media como un símbolo de lo que valéis. Yo no necesito eso, así que no hace falta que me hagas ningún favor. Conseguiré aprobar esta asignatura, aunque sea con un aprobado justo. Solo he de asegurarme de que el proyecto nos salga bien.
Si dependiera sólo de mí, sacaríamos matrícula de honor en el proyecto.
— ¿Dónde está tu habitación? — le pregunto para cambiar de tema. Dejo caer la mochila sobre el suelo del salón. — La habitación dice mucho sobre la persona.
Justin señala una puerta lateral. Tres camas ocupan la mayor parte del reducido espacio, y el resto, un pequeño armario. Camino por la pequeña habitación.
— La comparto con mis hermanos. — me explica. — No tengo mucha intimidad.
— Déjame adivinar cuál es la tuya. — digo, sonriendo.
Observo lo que rodea cada cama. Hay una pequeña foto de una bonita chica pegada a una de las paredes.
Me acerco a Justin y examino la siguiente cama. Fotografías de jugadores de fútbol en la pared. La cama está hecha un desastre, y hay ropa esparcida desde la almohada hasta los pies.
Nada adorna la pared de la tercera cama, como si la persona que duerme en ella fuera un invitado. Es casi triste. Las dos primeras paredes dicen mucho de las personas que duermen bajo ellas, sin embargo, la tercera está completamente desnuda.
Me siento en la cama de Justin, la vacía, y le miro a los ojos.
— Tu cama dice mucho sobre ti.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué dice?
— Que no piensas quedarte aquí mucho tiempo. — le digo. — A menos que sea porque realmente quieres ir a la universidad.
— No voy a dejar Fairfield. Nunca. — dice apoyándose en el marco de la puerta.
— ¿No quieres labrarte un futuro?
— Pareces el orientador del instituto.
— ¿No quieres marcharte de aquí y vivir tu propia vida?… ¿Alejarte de tu pasado?
— Crees que la universidad es una especie de vía de escape a todos los problemas. — sentencia.
— ¿Una vía de escape? Justin no tienes ni idea. Yo iré a la universidad que queda más cerca de donde está mi hermana. Primero elegí Northwestern, y ahora la universidad de Colorado. Mi vida viene dictada por los caprichos de mis padres, y por el lugar donde quieren ingresar a Shelley. Tú eliges el camino más fácil, por eso quieres quedarte aquí.
— ¿Crees que ser el hombre de la casa es pan comido? Asegurarme de que mi madre no acabe mezclándose con algún perdedor, o que mis hermanos empiecen a inyectarse drogas o fumar crack, son motivos suficientes para quedarme aquí.
— Lo siento…
— Te lo advertí. No me compadezcas.
— No es eso. — matizo, mirándole a los ojos. — Sientes una conexión familiar muy fuerte, pero no cuelgas nada permanente junto a tu cama, como si fueras a largarte en cualquier momento. Por eso he dicho que lo siento.
Justin da un paso atrás, alejándose de mí.
— ¿Has acabado con el psicoanálisis? — pregunta. Le sigo hasta el salón mientras sigo preguntándome cómo verá Justin su futuro. Parece dispuesto a dejar esta casa… o esta vida. ¿Acaso la ausencia de cualquier adorno junto a su cama puede ser una señal de que está preparado para morir? ¿Está destinado a acabar como su padre? ¿Se refiere a eso cuando habla de demonios?
Durante las siguientes dos horas, organizamos nuestro proyecto sobre los calentadores de manos, sentados en el sofá del salón. Es mucho más inteligente de lo que pensaba; el sobresaliente de su examen no ha sido una casualidad. Tiene un montón de ideas de hacia dónde podemos dirigir la investigación, y de los libros de la biblioteca donde podemos obtener información. Necesitaremos productos químicos que nos proporcionará la señora Peterson, y bolsas herméticas para guardarlos.
Intento seguir hablando de química, y me ando con pies de plomo para no tocar ningún tema demasiado personal.
Cuando cierro el libro de química, veo por el rabillo del ojo que Justin se pasa la mano por el pelo.
— No pretendía ser tan brusco contigo…
— No pasa nada. me he entrometido en tus cosas.
— Tienes razón.
Me pongo en pie, sintiéndome incómoda. Él me coge del brazo y tira de mí para que vuelva a sentarme.
— No. — matiza. — Me refiero a que tienes razón respecto a mí. No quiero colocar nada permanente sobre la cama.
— ¿Por qué?
— Mi padre… — dice Justin, mirando la fotografía colgada en la pared. Cierra los ojos con fuerza. — Dios, había tanta sangre… — Vuelve a abrir los ojos y me mira fijamente. — Si he aprendido algo, es que nadie está aquí para siempre. Tienes que vivir el momento, el día a día… el presente.
— ¿Y qué quieres hacer ahora mismo? — le pregunto, sabiendo lo que deseo yo. Quiero curar sus heridas y olvidar las mías.
Justin me acaricia la mejilla con la yema de los dedos.
Me quedo sin respiración.
— ¿Quieres besarme, Justin? — le susurro.
— Dios, sí, quiero besarte… quiero saborear tus labios, tu lengua. — dice, mientras recorre mis labios con sus dedos, con dulzura. — ¿Y tú? ¿Quieres que te bese? No se enteraría nadie. Quedaría entre nosotros dos.
~ Justin ~
_____ se humedece con la lengua sus labios perfectos, en forma de corazón, dejándolos brillantes, aún más tentadores.
— No juegues conmigo. — le digo con un gemido, con los labios a escasos centímetros de los suyos.
Sus libros caen sobre la alfombra. Ella los sigue con la mirada y pierdo su atención, tal vez para siempre. Llevo los dedos hasta su barbilla y giro su cabeza con ternura, para que vuelva a mirarme.
Ella me devuelve la mirada con sus ojos vulnerables.
— ¿Y si acaba siendo más que un simple beso? — me pregunta.
— ¿Y qué si es así?
— Prométeme que no significará nada.
Apoyo la cabeza en el sofá.
— No significará nada.
¿No debe ser el hombre el que asegure que un simple beso no implica ningún compromiso?
— Y sin lengua.
— Cariño, si te beso, te aseguro que será con lengua.
Ella vacila un instante.
— Te prometo que no significará nada. — le repito.
De hecho, no creo que signifique nada para ella. Supongo que se limita a jugar conmigo, a ponerme a prueba para ver cuánto puedo aguantar antes de venirme abajo. Sin embargo, cuando cierra los párpados y se inclina hacia mí, me doy cuenta de que está a punto de pasar. La chica de mis sueños, la persona que se parece más a mí que nadie a quien haya conocido hasta ahora, desea besarme.
Me hago con el control cuando veo que ladea la cabeza. Nuestros labios se rozan ligeramente. Deslizando los dedos entre su cabello, empiezo a besarla suave, dulcemente. Le cubro la mejilla con la palma de la mano, sintiendo su piel sedosa. El cuerpo me induce a aprovecharme de la situación, pero el cerebro me ayuda a mantener el control.
_____ deja escapar un gemido de placer, como si se sintiera completa al estar entre mis brazos. Rozo sus labios con la punta de la lengua, incitándola a abrir la boca. Ella la recibe con su lengua, indecisa. Nuestras bocas y lenguas se mezclan en un baile lento y erótico, hasta que el sonido de la puerta al abrirse hace que me aparte de ella de un salto.
Maldita sea, estoy cabreado. En primer lugar, por haberme dejado llevar por el beso, y en segundo, por desear que ese momento durara para siempre. Y además, estoy cabreado porque mi madre y mis hermanos han decidido llegar a casa en el momento más inoportuno.
Miro a _____ y veo que se ha agachado para recoger los libros del suelo, en un intento por disimular. Mi madre y mis hermanos están plantados frente a la puerta con los ojos como platos.
— Hola, mamá. — digo, más nervioso de lo que debería.
Por la expresión ceñuda de mi madre, sé que no le hace mucha gracia habernos pillado besándonos. Como si fuera un indicio de lo que iba a suceder a continuación.
— Louis, Chares, a vuestra habitación. — ordena al tiempo que entra al salón, algo más tranquila. — ¿No vas a presentarme a tu amiga, Justin?
____ se levanta con los libros en la mano.
— Hola, soy ____.
Pese al trayecto en moto y al manoseo, su cabello dorado sigue perfecto. Está preciosa. ____ le extiende una mano a mi madre.
— Justin y yo estábamos estudiando.
— Pues no es lo que me ha parecido ver. — rebate mi madre, ignorando la mano de ____.
Hace una mueva.
— Mamá, déjala en paz. — espeto bruscamente.
— Mi casa no es un prostíbulo.
— Por favor, mamá. — insisto molesto. — Sólo estábamos besándonos.
— Los besos sólo conducen a una cosa, Justin. Niños.
— Larguémonos de aquí. — le digo a ____, completamente avergonzado. Cojo la chaqueta del sofá y me la pongo.
— Señora Bieber, le pido disculpas si le he faltado al respeto de algún modo. — dice ____, visiblemente afectada.
Mi madre lleva la compra a la cocina haciendo caso omiso de la disculpa de ____.
Cuando salimos, _____ inspira profundamente. Estoy convencido de que ha intentado guardar la compostura, aunque le ha costado mucho. No ha salido nada como debía: chico trae a chica a casa, chico besa a chica, mamá del chico insulta a chica, chica se marcha llorando.
— No le des más vueltas. No está acostumbrada a que traiga chicas a casa.
Los expresivos ojos de ____ parecen remotos y fríos.
— Esto no debería haber ocurrido. — dice, enderezando los hombros y adoptando una pose rígida, como una estatua.
— ¿El qué? ¿El beso o el hecho de que te haya gustado tanto?
— Tengo novio. — dice, sin dejar de manosear la correa de su bolso de diseño.
— ¿Quieres convencerme a mí o a ti misma?
— No le des la vuelta a la tortilla. No quiero tener problemas con mis amigas. No quiero enfadar a mi madre. Y en cuanto a Colin… bueno, ahora mismo estoy muy confusa.
Levanto las manos y alzo el tono de voz, lo que normalmente evito hacer porque, según Ryan, significa que algo me importa mucho. Pero no me importa. ¿Por qué habría de importarme? Aunque mi mente me sugiere mantener la boca cerrada, las palabras salen sin darme cuenta.
— ¡No lo entiendo! ¡Te trata como si fueras un maldito trofeo!
— No tienes ni idea de lo que hay entre Colin y yo…
— Pues dímelo tú, joder. — le ruego, incapaz de ocultar mi enfado. He intentado evitar decirle lo que realmente sentía, pero ya no puedo resistirlo más. Se lo suelto todo del golpe. — Porque el beso que acabamos de darnos… sí que significa algo. Lo sabes tan bien como yo. Estoy seguro de que con Colin no sientes ni la mitad de lo que sientes conmigo.
— No lo entenderías. — asegura, apartando la mirada.
— Inténtalo.
— Cuando la gente nos ve juntos, siempre comentan lo perfectos que somos. Ya sabes, la Pareja Dorada. ¿Lo entiendes?
La miro sin dar crédito a lo que escuchan mis oídos. Esto es más de lo que puedo soportar.
— Lo entiendo, pero no puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Tanto significa para ti ser perfecta?
Se produce un silencio largo e inestable. Puedo atisbar un destello de tristeza en sus ojos de zafiro, aunque se desvanece rápidamente. En un instante, su rostro adopta una expresión seria y fría.
— Últimamente no se me ha dado del todo bien, pero sí. Significa mucho para mí. — admite finalmente. — Mi hermana no es perfecta, así que yo tengo que serlo por las dos.
Es lo más patético que he oído nunca. Niego con la cabeza, asqueado, y señalo mi moto.
— Sube. Te llevaré al instituto para que puedas recoger tu coche.
_____ sube a la moto sin decir palabra. Se sujeta al agarradero posterior, lejos de mí, tanto que apenas puedo sentirla. Me planteo dar un rodeo para alargar un poco más el trayecto.
_____ trata a su hermana con paciencia y adoración. No sé si yo sería capaz de dar de comer a uno de mis hermanos y después limpiarle la boca. La chica a la que una vez acusé de ser egocéntrica, resulta que no es tan simple como creía.
Siento admiración por ella. De algún modo, estar con ____ le da a mi vida algo que le faltaba, algo… que me hace sentir bien.
¿Pero cómo voy a convencerla de lo que siento?

No hay comentarios:

Publicar un comentario